La sociedad del cansancio

Aportaciones al concepto psicoanalítico de narcisismo a partir del ensayo “La sociedad del Cansancio” de Byung-Chul Han por Miriam Velázquez Bay

El cometido de nuestras aportaciones es sin duda el seguir aprendiendo e intercambiando esos aprendizajes. Revisamos aportaciones teóricas y técnicas desde muchos puntos de vista del psicoanálisis, sin embargo progresivamente nos acercamos a la necesidad de separarnos del psicoanálisis mas puro, para poder acercarnos a distintas aristas ópticas que nos ayuden a entender lo que ocurre con los pacientes “modernos” muy distintos y alejados de las histéricas de Freud. Por esta misma razón, en este artículo, he trabajado un material que es un aporte desde la filosofía, en el que se nos propone pensar en la naturaleza de la sociedad contemporánea y nos ayuda a entender ciertos patrones que se repiten en la práctica clínica.

Para aproximarnos al material, me gustaría en primer lugar, presentar al autor de este libro; Byung-Chul Han es un filósofo y ensayista Surcoreano afincado en Berlín, actualmente considerado como uno de los pensadores contemporáneos más destacados, a raíz de sus brillantes críticas al capitalismo, la sociedad del trabajo, la tecnología y el desarrollo del concepto de la hiper-transparencia. Han ha escrito más de 16 libros en el idioma alemán, algunos de los cuales se encuentran traducidos al castellano en títulos como “La agonía del Eros”, “En el enjambre”, “La sociedad de la transparencia” y el que analizaremos el día de hoy “La sociedad del cansancio”.

Aunque su actual trabajo versa sobre la transparencia, esa tendencia moderna de divulgar todo tipo de información e imágenes en un impulso irrefrenable, de tal manera que llegan a rayar lo obsceno, en esta obra que reflexionaremos, elabora una percepción de la sociedad en la que la autoexploración, en su exceso de positivismo, bajo el eslogan “Yes We Can” nos conduce a enfermedades mentales propias de la sobre saturación del aparato psíquico, en la cual sobrevienen los colapsos, los infartos neuronales.

Han elabora una relectura del mito de Prometeo y con ésta, nos acerca a una imagen en la que nos resulta innegable su percepción de la sociedad contemporánea como una sociedad narcisista y de autoreferencia.
“La forma de curar esa depresión (producto de la sociedad del cansancio) es dejar atrás el narcisismo. Mirar al otro, darse cuenta de su dimensión, de su presencia. Porque frente al enemigo exterior se pueden buscar anticuerpos, pero no cabe el uso de anticuerpos contra nosotros mismos” Reflexiona el autor.

A raíz de esta percepción de la sociedad actual como una sociedad narcisista, me he permitido introducir en este seminario una relectura propia del mito de Narciso, que conecta las ideas principales de Han y la experiencia del trabajo con la patología narcisista desde el psicoanálisis y el vínculo.

En principio, compartiré un resumen de los primeros cuatro capítulos del ensayo, para introducir la relectura del mito de Narciso y cerrar, con el ultimo capítulo que lleva el mismo nombre del título de la obra, en donde, desde mi punto de vista, convergen todas estas reflexiones.

Han, en su prólogo nos presenta una primera imagen que sería la figura originaria de la sociedad del cansancio y con la cual explica, desde la relectura del mito de Prometeo la naturaleza del hombre tardomoderno.

Si recordamos el mito de Prometeo, éste, es un titán, que al simpatizar con los mortales decide robar el fuego a los dioses para traerlo a la tierra y por ello es castigado. El castigo de Prometeo sería el de permanecer atado a una roca en lo alto de un monte, en el que día a día le visitaría un águila a devorarle el hígado. Puesto que Prometeo es inmortal, su hígado se regeneraría durante la noche, listo para volver a ser devorado en la mañana siguiente, y así por el resto de sus días. Muchas lecturas de este mito anuncian la transmisión del primer acto de sacrificio y el primer gesto de empatía que se dio en la humanidad.

Han inicia así sus reflexiones: “El mito de Prometeo puede reinterpretarse considerándolo una escena del aparato psíquico del sujeto de rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mismo, que está en guerra consigo mismo. En realidad, el sujeto de rendimiento, que se cree en libertad, se halla tan encadenado como Prometeo. El águila que devora su hígado en constante crecimiento es su álter ego, con el cual está en guerra. Así visto, la relación de Prometeo y el águila es una relación consigo mismo, una relación de autoexplotación. El dolor del hígado, que en sí es indoloro, es el cansancio. De esta manera, Prometeo, como sujeto de autoexplotación, se vuelve presa de un cansancio infinito. Es la figura originaria de la sociedad del cansancio”.

Esta reinterpretación del mito de Prometeo nos acerca a entender aquellos castigos autoimpuestos a los que nos sometemos, dejando de poner fuera sobre el destino los dolores que sentimos y obligándonos a poner la vista en la sociedad-destino que hemos creado. Mas adelante completa esta idea:
“Kafka emprende una reinterpretación interesante del mito en su críptico relato: Prometeo. Los dioses se cansaron; se cansaron las águilas; la herida se cerró de cansancio. Kafka se imaginaba aquí un cansancio curativo, un cansancio que no abre heridas, sino que las cierra. La herida se cerró de cansancio. Asimismo, el presente ensayo desemboca en la reflexión de un cansancio curativo. Tal cansancio no resulta de un rearme desenfrenado, sino de un amable desarme del Yo.

En el año 1929 Sigmund Freud escribe: “Estamos organizados de tal modo, que solo podemos gozar con intensidad del contraste, y muy poco de lo estable”. Freud cita la opinión de Goethe en respaldo a la suya, mientras que el sufrimiento puede ser una condición perdurable e ininterrumpida, la felicidad, ese “goce intenso”, apenas llega a percibirse como una vivencia momentánea, fugaz, que se experimenta de principio a fin en un instante cuando el sufrimiento se detiene. “Mucho menos difícil, sugiere Freud, nos resulta experimentar la desdicha” (El retorno del péndulo, Dessal y Bauman, pag. 17)

Este ensayo nos conduce a una imagen en efecto Droste (al que regresare con mayor detenimiento más adelante en la lectura) esa imagen que se contiene dentro de la misma imagen, que a su vez contiene la misma imagen en un bucle infinito en la línea de la pulsión de muerte. Parece una victoria de Tanatos el día a día posmoderno. Quizá con el optimismo de Kafka sea verdad que no hay mal que dure cien años, ni ser que lo soporte, o quizá la reflexión sobre la necesidad de hacer consciente esta autoexplotación nos ayuden a entender un poco más la clínica contemporánea.

El primer capítulo titulado “La violencia neuronal”, el autor da cuenta de un co-relato que se da en el desarrollo de las épocas, para las cuales siempre existen una serie de enfermedades emblemáticas, siendo ésta época la de las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional. “Estas enfermedades no son infecciones, son infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad. De este modo se sustraen de cualquier técnica inmunológica destinada a repeler la negatividad de lo extraño.”
Entendemos lo negativo como lo opuesto, el límite, aquel “no” que se impone en contraposición con el positivismo, que es ilimitado, incluyente.

El siglo anterior pertenecería a una época inmunológica, medida por una clara división entre el dentro y el fuera y con ésta como una estrategia bélica, la necesidad de repeler todo lo que es extraño, aun cuando lo extraño no tenga una naturaleza hostil, será eliminado a causa de su otredad. En la actualidad el cambio de paradigma hace un matiz de distinción entre lo extraño y lo diferente, una diferencia postinmunológica, más bien posmoderna que ya no genera ninguna enfermedad, como por ejemplo el turista. Ya no hay más necesidad de defenderse de todo como si todo fuera un peligro. Pasando ahora a una hibridación que domina no solo el actual discurso teórico cultural, sino también el estado de animo de la actualidad en cuanto tal es diametralmente opuesto a la inmunización.

Por otro lado, la violencia de la positividad, resulta de la superproducción, del superrendimiento y de la supercomunicación. El agotamiento, la fatiga, la asfixia, y la sobreabundancia, no son reacciones inmunológicas, es decir, la violencia de la positividad no presupone ninguna enemistad, pero permite la emergencia de nuevas formas de violencia, que son inmanentes al sistema mismo, por lo que no suscitan resistencias inmunológicas.
Para ejemplificar esta idea, el autor recurre a la imagen de Medusa, como la otredad radical petrificante a diferencia del exceso de positividad que yace en el si mismo y que está lejos del alcance óptico, afirmando el hecho de que la violencia neuronal es más bien sistémica.

En la práctica clínica actual, los cuadros de ansiedad agudos son cada vez más frecuentes y cada vez más agresivos. Estos se generan a raíz de una dialéctica indiferenciada de las emociones, en donde los procesos psicológicos están sobre saturados y colapsados. Es decir, tantas emociones dentro se convierten en “el terror sin nombre” que es la angustia, y ya no son los procesos vitales complejos, ni las experiencias traumáticas, o las perdidas dolorosas las que hacen que el aparato psíquico colapse; es como si el enemigo antes puesto en el fuera, habitara el dentro del sí mismo y desde dentro estuviera generando el malestar.

Tal como el autor propone, pasamos de la defensa de la otredad, o de la exigencia de lo otro a una introyección de ese enemigo que progresivamente nos colapsa, con la cantidad de estímulos externos indiferenciados.
En el siguiente capítulo “Mas allá de la sociedad disciplinaria” el autor nos recuerda la idea de Foucault, con respecto al uso de las cárceles, los hospitales, los psiquiátricos, los cuarteles y las fábricas, que al día de hoy son sustituidos por gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios gigantescos. “La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento” y sus sujetos no se llaman sujetos de obediencia, sino sujetos de rendimiento y son emprendedores de si mismos.

Cuestionando los limites de las propuestas de Foucault, propone que la sociedad de la disciplina y la sociedad de control aún está muy organizada mediante la negatividad, repleta de límites y de fronteras, es decir de represiones que generan locos y criminales. En contraste con la sociedad del rendimiento, que en su exceso de positividad vendría a generar depresivos y fracasados con la falacia del “Yes We Can”.

Sugiere que el inconsciente colectivo, el inconsciente social, le es inherente un afán por maximizar su productividad y en este afán empuja los límites del “no”, para crear una fuente que le permita justificar dicha productividad “La positividad del poder, es mucho más eficiente que la negatividad del deber” y es así como el inconsciente social pasa del deber al poder siendo ya un sujeto disciplinado.

Desde este punto de vista, los individuos deprimidos y las depresiones serán el producto de esa exigencia de rendimiento “En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna” con lo cual, convierte al hombre en victima y verdugo de si mismo, se explota a sí mismo, voluntariamente, sin coacción externa “No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y el depresivo es inválido de esta guerra interiorizada. La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de positividad. Refleja aquella humanidad que dirige la guerra contra sí misma.” Siguiendo esta línea de pensamiento sugiere que el efecto de eficacia radica en la sensación de libertad, una libertad paradójica puesto que se convierte en una violenta prisión.

El paso de la sociedad disciplinaria de Foucault en la línea de la patología perdería el sentido, puesto que los locos no están más relegados en sus “sitios”, las fronteras antes marcadas de los seres marginales se difuminan, ahora son ultra funcionales en una sociedad que admira a quien empuja sus propios límites, así, la sociedad del rendimiento produce patologías como el trastorno narcisista o el trastorno limite y se hibridan las fronteras de la salud mental.

En “El aburrimiento profundo”, titulo del siguiente capítulo sugiere que el exceso de positividad se manifiesta en la abundancia de información y de estímulos, modificando radicalmente la economía de la atención hasta convertirla en una técnica “multitarea” (multitasking). El multitasking hace de la atención un proceso lineal más que vertical, se desenvuelve sobre la superficie como una defensa primitiva de alerta a distintos estímulos ambientales, en lugar de centrarse en alguno interno, con lo cual sugiere que ésta es una regresión hacia una técnica de supervivencia de los animales salvajes para sobrevivir en la selva versus la inmersión contemplativa “Los recientes desarrollos sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la sociedad humana se acerque cada vez más al salvajismo”.

El autor sugiere que en el aburrimiento profundo emergen los logros culturales de la humanidad, en la capacidad para el hastío y la vida contemplativa, capacidades que progresivamente se sustituyen por la hiperatención. Retoma el pensamiento de Walter Benjamin quien llama al aburrimiento profundo “el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”. En este sentido es el que reconocemos que para la emergencia de la creatividad, las conexiones profundas y la elaboración se requiere la pausa y en los tiempos contemporáneos “ya no se teje, ni se hila”.

“Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una barbarie. En ninguna época, se han cotizado más los activos, es decir los desasosegados. Cuéntase, por tanto, entre las correcciones necesarias que deben hacérsele al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo” (Humano, demasiado humano, Nietzsche).

En el siguiente capítulo, titulado “Vita activa” retoma las ideas del ensayo de Hannah Arendt La condición humana versus las de Heidegger. Ambas aportaciones hablan del transito de una a otra, es decir, del transito de la vida contemplativa a la vida activa (y viceversa) en términos conceptuales. La primera aportación pone el énfasis en el hecho de nacer y la segunda en el hecho de morir. El autor encuentra la primera más novedosa aunque limitada en la línea de entender al hombre tardomoderno de la sociedad del rendimiento que el autor propone. Pues en el sentido de Arednt el hombre se convierte en un ente que trabaja únicamente, posicionado en la acción sin reflexión, suprimiendo el ego, sin embargo, el autor afirma que es el ego lo que le mueve y le aleja de ser un ente pasivo, al contrario, es lo que le vuelve hiperactivo e hiperneurótico.

El hecho de posicionarse en el ego, le convierte en individualista y le aleja de la fe, la religión y la trascendencia, la moderna perdida de creencias, convirtiendo a la experiencia de ser humano, en algo efímero ergo el mundo es efímero, nada es constante ni duradero “La desnarrativización general del mundo refuerza la sensación de fugacidad: hace la vida desnuda” y a esta se reacciona con mecanismos como la hiperactividad, la histeria del trabajo y la producción.
Me gustaría detenerme un poco más en esta última reflexión. Cuando se me ha recomendado la lectura de este autor a raíz de las reflexiones que hago sobre la sociedad posmoderna y el uso de la virtualidad, tema que trabajo en mi libro Virtualidad y vínculo; y como un pretexto para reconstruir a niveles conceptuales desde el psicoanálisis el uso del vínculo en la práctica clínica, se me ha sugerido sobre todo con respecto a estos dos capítulos principalmente, a la “Vita activa” y “Pedagogía del mirar” por el parecido con la propuesta que hago yo sobre el hombre nómada y el hombre sedentario y la hibridación de los procesos de pensamiento primario y secundario actuados en la red. Sin embargo, en el análisis de este capítulo (antes de pasar al siguiente) encuentro otra reflexión que está también relacionada con mi pensamiento, en términos de la renuncia.

Una sociedad sin dioses es una sociedad que no cree en el más allá, que como el autor sugiere, carece de un rito o una práctica tanatológica, es decir, la muerte, no le es un fenómeno trascendental que requiere de una elaboración e integración porque lo percibe como parte de la vida sin fe, de la vida desnuda tal como la llama Nietzsche. La muerte posmoderna es algo que ocurre en la vida desnuda.

La muerte (y su integración) es la expresión más elevada de un proceso que termina, de un algo a lo que se renuncia, es, en palabras del autor una expresión del negativismo y en términos psicoanalíticos sugiere la elaboración de la realidad. Pero no solo las personas mueren, también las cosas mueren, los procesos terminan, se acaban, las partes del si mismo mueren y en una progresión lógica de la naturaleza, algo tienen que morir, para que algo nuevo nazca. Sin embargo, la tendencia de la sociedad posmoderna es a no integrar la renuncia, no integrar el duelo, incluso ni siquiera la necesidad de pensar en el porqué uno tendría que renunciar a algo si lo puede tener todo (Yes We Can).

Las reflexiones del autor y las mías convergen en este punto con respecto del narcicismo que explicaré con mayor detenimiento más adelante.

En el siguiente capitulo “Pedagogía del mirar” el autor enlaza con el anterior, en la línea de no perder la capacidad para la vida contemplativa y enseñar al ojo a mirar, retomando a Nietzsche en El ocaso del los Dioses cuando menciona que en el aprender a mirar, a pensar, a hablar y escribir, el objetivo es el de desarrollar la cultura superior. Una cultura que acostumbre entrar en procesos profundos y con estos la capacidad de inhibir el impulso. Con esta reflexión afirma que la vida contemplativa es más activa que cualquier hiperactividad “Es una ilusión pensar que cuanto más activo uno se vuelva, más libre es”.

El autor habla del movimiento, de la hiperactividad, como una forma de desenvolverse en la vida para la cual no cabe la reflexión. Idea muy parecida a la que yo propongo al sugerir que el hombre contemporáneo no es un ser humano sedentario, sino un ser humano en pausa, y en esa pausa se cuela dentro y desdobla dentro de las ventanas de la virtualidad, a explorar con la naturaleza del nómada a través de la fantasía en la red, puesto que ha logrado librarse del lastre que es el cuerpo y que son las fronteras físicas.

“Tan solo a través de la negatividad propia del detenerse, el sujeto de acción es capaz de atravesar el espacio entero de la contingencia, el cual se sustrae de una mera actividad”.

La actual lucha del sedentario virtual análoga a la sociedad del rendimiento de Han, en la cual es necesario parar no para escaparse o desparramarse sobre la superficie en una economía de atención multitask, sino para elaborar una honesta inmersión dentro del sí mismo.

“A los activos les falta habitualmente una actividad superior […] en este respecto son holgazanes. […] Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a la estupidez mecánica.”

De esta manera, el autor sugiere que en la pausa se encuentran las emociones profundas como la rabia “capaz de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo”.

En el capítulo siguiente “El caso Bartleby” el autor hace lo que para nosotros sería un ejemplo clínico de un ser humano propio de la sociedad disciplinaria puesto en el personaje del relato de Melville Bartleby, que con su fórmula “I would prefer not to” (“Preferiría no”) no expresa ni la potencia negativa del no y tampoco el instinto que inhibe y que sería esencial para la “espiritualidad”. Antes bien, representa la falta de iniciativa y apatía que acaban con la vida de Bartleby.

Este no es aún ejemplo de la sociedad de rendimiento, una sociedad de autorreferencia, autoexigencia, autoexplotación y colapso psíquico.

Para ejemplificar un sujeto de la sociedad posmoderna y antes de iniciar el último capítulo, me gustaría introducir la relectura del mito de Narciso para enlazar las ideas del autor, con las mías propias.
El mito de Narciso nos habla de un ser humano en construcción, cuyos procesos emocionales son producto de una serie de interrupciones de la realidad, salvo el reconocimiento de su imagen reflejada dentro del lago al que se asoma, imagen en la progresivamente se consume.

Una primera y crucial interrupción en el personaje de Narciso es la de su infancia, que es interrumpida por una violación (siendo él a su vez es producto de una violación). Es imposible concebir que exista una progresión natural en el desarrollo de una infancia cuando esta ha sido interrumpida por el deseo del otro, por la violenta invasión de un otro sexuado. Esto forzosamente influye en la estructuración de los parámetros internos y sin lugar a dudas en la integración de los otros.

A consecuencia, se instaura una segunda interrupción en términos del vínculo. El vínculo, como flujo interactivo entre dos sí mismos, que progresivamente se construye a raíz de la integración de la otredad como una sustancia inaccesible, nos permite separarnos de nosotros mismos para entrar en la esfera de los otros como seres independientes y aprehender sus necesidades mas profundas sin que estas se solapen de ninguna manera con los contenidos internos propios, flujo que forzosamente tendrá que circular simultáneamente en ambas direcciones y como un continuo permanentemente inacabado y en construcción a la par del sí mismo individual.

En el caso de Narciso, viviéndose como exclusivamente objeto de deseo, no podría más que relacionarse y experimentar a los otros como si fueran cosas a su vez, actuando esa sexualización temprana, que le lleva a enamorar a sus amantes de sexo indistinto y despreciarles (tal como se desprecia a sí mismo) consiguiendo enfurecer a uno de ellos hasta que éste le lanza la maldición que le hace preso de su sí mismo.

La maldición que el amante le confiere a Narciso radica en que éste, sería incapaz de enamorarse de otro, que no fuera él mismo. Esta maldición enuncia algo que en la realidad Narciso actuaba por su propia naturaleza y dado el establecimiento de los vínculos con los que se pseudo relacionaba con los otros. El vínculo interrumpido hace que una parte del sí mismo sea incapaz de relacionarse con un objeto completo, recordemos que el establecimiento del vínculo requiere la integración de otro independiente de mis deseos y fantasías.

El giro dramático de esta maldición paradójicamente recae sobre la posibilidad de enamorarse, entendiendo enamorarse como esa integración y reconocimiento de algo que no soy yo.
El enamoramiento, como etapa anterior que conduce al amor (entendiendo el amor como un vinculo dinámicamente estable –integrado- de la vivencia de otro independiente) genera estructura interna estable a su vez, con la elaboración por un lado de la renuncia de los aspectos que inicialmente se idealizan del objeto amoroso sobre los que se proyectan los ideales y por otro lado con renuncia a la fantasía de fusión. Por lo tanto la elección de un objeto total requiere simultáneamente una renuncia y una integración.

El mito describe el lago dentro del que Narciso se refleja intacto de la naturaleza que le rodea, ni el viento, ni los animales, ni las plantas lo han alterado, lo que lo convierte en un espejo prácticamente. El espejo, devuelve a Narciso una imagen total del sí mismo, único ser de quien el sería capaz de enamorarse, según la maldición.

Sucede entonces una tercera interrupción, la interrupción de la vida. La impresión de experimentar a otro simultáneamente independiente e integrado enloquece a Narciso. A otro que es a su vez él mismo. Le desquicia el no poder poseer y simultáneamente ser, algo tan bello, sin embargo la imposibilidad de ser poseído y poseer no radica en la belleza, en la idealización del cuerpo o en los rasgos sublimes que seductoramente le envuelven como algo bello, sino en la imposibilidad de anclarse dentro de un vinculo consigo mismo. No se puede empeñar uno en buscar vida dentro de algo que está muerto.

Narciso decide interrumpir su vida, se suicida. El paso al amor, el paso al vínculo, implicaría la posibilidad de integrar que ese otro ser es algo que no es de mí para poseer y que existen aspectos de ese otro, que me serán inaccesibles, para siempre. En lo que respecta a la estabilidad del vínculo integrado, sugiere que éste existe parcialmente sin la necesidad de mi existencia con lo cual conecta con la vida en si misma más allá de ser un evento vinculante a mí. Una parte de mi existencia no es mía para quitarla o ponerla, pues conecta con el dolor de arrebatarles a los otros violentamente un algo integrado dentro de sí mismos, un algo que han cuidado y que han envestido y que esa envestidura ha requerido paciencia, frustración, coraje, amor.

Narciso es entonces un ser humano en construcción cuya infancia, vínculo y vida son interrumpidos por la realidad Y me pregunto si más que una sociedad narcisista no somos una sociedad interrumpida.
Obviamos el grandísimo aprendizaje que emana de dentro de la imagen reflejada en el lago, una imagen no alterada por la realidad ni por los elementos de la naturaleza (ya sean de la naturaleza en si misma o de las meta-representacións de las necesidades humanas). La integración del sí mismo es enloquecedora y en lugar de elaborarla nos colapsa, nos conecta con una parte inaccesible y fragmentada que no desea vincularse, nos conecta con algo muerto, incapaz de hacer emanar vida.

En la práctica clínica intentamos juntos paciente y analista reparar las fracturas internas, por un lado estableciendo puentes entre las partes menos dañadas y las partes conflictuadas del sí mismo y por otro lado reorganizando los trozos fracturados, con la idea de que en conjunto cobren mayor sentido y su elaboración e integración sea posible. Sin embargo, existen fracturas internas irreparables y eso es innegable. El dolor, la vacuidad y la angustia suceden como heridas tan profundas que solo nos queda la no menos loable e igualmente beneficiosa tarea de reconocer esos trozos como lo que son: trozos; e integrarlos, no como puentes o como partes de un todo sino como simplemente fragmentos.

La posibilidad de reconocer la naturaleza de las partes rotas e interrumpidas dentro, progresivamente amplían el conocimiento del sí mismo y genera herramientas de las cuales es posible tirar en momentos de crisis. El dolor existencial puede que no desaparezca para siempre, pero si, al reconocer su naturaleza y forma, y ponerle nombre, podemos lograr que se aproxime cada vez más a la conciencia, tanto como para enviar alertas que permitan prepararse para la tormenta interna, tal como se prepara uno para una tormenta literal. Obviar el monto de dolor con el que el ser humano tiene que convivir, sería como obviar que el aparato psíquico habita dentro de un cuerpo, que vive en una sociedad, que convive con otros seres humanos, integrado dentro de unas coordenadas existenciales especificas, un siglo, una región geográfica, unas innovaciones tecnológicas y otra serie de condicionantes que le afectan.

Vamos buscando desesperadamente deshacernos de ese monto de dolor sin antes integrarlo. Con lo cual permanecemos fragmentados huyendo en trozos detrás de nosotros mismos y en esa huida nos encontramos con los otros virtuales.
En este momento retomo la imagen del efecto Droste. Las reflexiones del autor, me sugieren siempre pares contrarios el dentro, fuera, lo normal, lo anormal, más que el sí mismo que interactúa, da la impresión de un sí mismo que se contiene a sí mismo, dentro de sí mismo, en un bucle infinito. El mito de Narciso sugiere una especie de fusión entre la imagen y Narciso, incluso el mito lo narra como una progresiva desaparición, sin embargo, no hay integración de Narciso entre él mismo y la imagen que le haga capaz de apropiarse de sí mismo, más bien hay un efecto Droste. La posibilidad de unificar esa imagen permitiría al sujeto posmoderno el integrar las partes muertas del sí mismo, las partes fragmentadas, y con esta integración la posibilidad de relacionarse con sus propias muertes, la posibilidad de entender que las cosas mueren y que las renuncias y las interrupciones son necesarias. Función que el autor remite a las religiones y a los ritos funerarios.

Las infinitas posibilidades del día a día moderno y sus múltiples prestaciones sugieren que la renuncia es algo caducado y que la integración de la pérdida es innecesaria, ergo la integración de las partes perdidas dentro de uno mismo es un ejercicio infructífero, con lo cual la tendencia es a convertirse en un sujeto narcisista, incapaz de anclarse en un vínculo, utilizando a los otros como extensiones del sí mismo, entregado a los placeres hedonistas, puntuales, concretos, desechables.

El ultimo capitulo “La sociedad el cansancio” empieza con una frase que reza “El cansancio tiene un gran corazón” de Maurice Blanchot. Este capitulo final sugiere una vez propuestas las ideas sobre la sociedad del rendimiento, que esta sociedad descrita se convierte progresivamente en una sociedad de dopaje. Una sociedad anestesiada. Perpetuamente cansada, para lo cual necesita estimulantes para la consecuencia del fin supremo la primacía de la vitalidad inagotable.

Cada vez con mayor frecuencia encontramos en los pacientes que acuden a consulta una narrativa muy similar, individuos que no tienen tiempo libre en la agenda, que tienen mil actividades y mil compromisos, que dentro de estos mil compromisos tienen unos niveles de autoexigencia y de perfeccionismo altísimos, en donde la renuncia brilla por su ausencia.
Han sugiere la necesidad del día domingo, del día en el que dios descansa de la creación y se dedica a la contemplación, una manera de abandonarse en el cansancio de manera consciente y organizada, que permita emerger una mismidad integrada en la realidad, integrada en la reflexión profunda y a su vez integrada en la negatividad. Tal como sugiero yo al releer el mito de Narciso, es necesario dejar de buscar vida donde hay algo muerto y entender la muerte como algo necesario.